Está es una historia real. Me dejo impactado cuando la vi. Fue en un programa del canal NatGeo que se llama “Preso en el extranjero” y se las voy a contar.
Resulta que había un hombre que vivía en Estados Unidos de la manera más normal que puede vivir un ciudadano cualquiera. Trabajaba y era honrado.
Un día como cualquier otro conoció a una linda mujer de la cual se enamoró perdidamente. La encontró en una situación bastante lamentable: estaba abandonada por el marido (supuestamente) y aparte de haberla abandonado le había propinado una golpiza. Ya se imaginarán el estado en el que se podría encontrar aquella pobre mujer (golpeada, lastimada, indignada, etc.)
Se enamoraron como dos locos (o por lo menos eso es lo que parecía). Empezaron a tener encuentros sexuales; todo iba muy normal como cualquier pareja de hoy. A aquel muchacho, lo único que le extrañaba de su amada foránea, era que era una adicta a la cocaína y la consumía en cualquier lugar público sin escrúpulo alguno. Eso a él le llamaba bastante la atención. Cuando salían con sus amigos a ella no le faltaba su dosis, pero como cualquier enamorado en sus primeros meses de relación, endiosa al amada(o) y no ve sus defectos de manera objetiva y cree que con el amor que le tiene, aquella persona cambiará.
Fueron pasando los días y las cosas seguían de la misma manera como al comienzo (muy normal).
Un día, los que la proveían de su droga, le propusieron un negocio bastante llamativo (seguramente porque la veía demasiado imbuida en el consumo): te damos $13.000 si viajas a Perú y de allí nos traes
El muchacho fue testigo de ese encuentro y naturalmente, cuando ella dejo de hablar con los tipos aquellos, él le preguntó que qué estaba pasando. “Me van a dar $13.000 si voy a Perú y traigo una pequeña carga de cocaína, dinero fácil ¿no crees?” Fue la respuesta que ella profirió. Él, como un ser humano con su sentido común intacto, se preocupó por ella y le dijo los riesgos y todas las peripecias que traía consigo ese negocio. Ella lo escuchó pero no desistió de su idea; descaradamente lo intentó convencer (y lo consiguió) para que la acompañara en su viaje. Tú no tendrás que hacer nada en absoluto, sólo acompañarme.
“Voy contigo” fue lo que afloró en él después de un buen rato de conversación con ella; sólo el hecho de pensar que su amada se fuera sola a un país extranjero a traer cocaína (¿amor irracional?) no lo dejaría tener vida. Tomó la decisión y se alistó para irse con ella para Perú por la droga.
Hotel de lujo, buenas atenciones y todo lo demás les dijeron aquellos traficantes que les esperarían en Perú a su arribo en aquel país; les pintaron todo como si fuera tan fácil y cómodo, que parecía más difícil robarle el dulce a un niño.
Arribaron al avión directo a Perú. Cuando llegaron al aeropuerto aquella muchacha saludó a los que los estaban esperando con mucha familiaridad y eso lo extraño un poco a él. El carro los estaba esperando para llevarlos al hotel como habían acordado; lo que no sucedió como dijeron fue que donde los llevaron no fue un hotel de lujo, sino más bien, una residencia barata y de mala muerte. El tono en que les empezaron a hablar los traficantes ya uno era muy amigable. Como se esperaría, ellos (ella y él) le hicieron el reclamo a los traficantes porque eso no estaba en lo que ellos les habían prometido: “Cállate que aquí se hacen las cosas como digo yo” fue lo que les dijo uno de los traficantes. Cayeron en la cuenta que les habían tendido una trampa.
Al día siguiente cuando él despertó ella ya no se encontraba a su lado; se desesperó y empezó a pensar muchas cosas: “¿qué le pudo haber sucedido? ¿Se escapó y no me dijo? ¿Se la llevaron a la fuerza y no me di cuenta?” no pensó nada malo porque confiaba ciegamente en ella (recordemos que la amaba). Imaginen la sensación. Cómo podría sentirse él, solo en un país que no sabía ni siquiera donde quedaba. Pasaron las horas y llegaron los traficantes para proceder a cargar a la muchacha con la droga; se dieron cuenta que no estaba y empezaron a preguntarle a él que dónde se encontraba, que dónde se había metido, que si no decía donde estaba lo matarían (típico comportamiento de esta clase de personas) y lo que él ni se imaginaba era lo que había tras bambalinas.
“Ahora que ella se escapó o llevas tú la carga o te mueres” naturalmente le dijeron los traficantes. Él sin tener más opción aceptó sin tener nada que ver en eso. Aceptó por el deseo irrefrenable de salir de aquel infierno en que se había metido sin ninguna intención. Procedieron a cargarlo; le pegaron la droga con cinta en su torso y en las piernas (le pusieron 3 kilos mas de lo acordado) y le dieron todas las explicaciones necesarias para llevar a buen término aquel viaje.
Estando ya en el aeropuerto le corría el sudor como a un atleta en plena maratón; empezaba a ver los controles de aduana y más nervioso se ponía aún. Lo único que quería es que esa pesadilla pasara lo más rápido posible; lograr pasar con esa droga y regresar a su casa y que todo volviera a la normalidad era su más ferviente deseo. Logró pasar dos controles de rayos x; no le faltaba sino entregar el pasaporte e ingresar al avión. De pronto uno de los encargados de guiar a la gente hacia su avión correspondiente le puso su mano en la espalda y sintió algo extraño y de inmediato le preguntó: ¿qué llevas allí?
Todo lo negó (reacción natural al verse descubierto) y quiso dejar en claro su inocencia, pero como se esperaba que fuera, no le creyeron ni un ápice de lo que dijo.
8 años lo condenaron en una cárcel de Perú por tráfico de estupefacientes (y sin tener nadad que ver) los cuales se convirtieron en 3 por buena conducta.
Estando allí en la cárcel empezó a hacer amigos y se dio cuenta que también habían muchos, por tráfico de drogas. Él contó su caso a los amigos de allí; inmediatamente los más veteranos en eso, le dijeron que eso era una jugada clásica: “pagar a una mujer para que enamore a un hombre y se lo traiga con mentiras a un país desconocido; luego desaparece y sus compinches mandan el cargamento con el que menos tenía que ver en el negocio”.
Luego de la nefasta verdad entro en una especie de introspección reflexiva sobre lo que le había sucedido y fríamente cayó en la cuenta que había sido engañado durante todo ese tiempo.
¿Será que si se enamoro de mí y ahora se siente mal por lo que me hizo? O ¿tal vez está burlándose con aquellos traficantes de mí? Estas y muchas más preguntas rondaban su cabeza día y noche. Hoy en día todavía siguen allí.
Salió de la cárcel; se casó con una peruana, amiga de una de las mujeres que hacía visitas conyugales a uno de sus amigos; volvió a Estados Unidos con ella y se reencontró con sus seres queridos y todo volvió a la “normalidad”. De aquella mujer (la que lo engaño de esa manera) nunca más, volvió a saber nada.
Estas y muchas otras situaciones ocurren a diario en nuestro mundo y no nos damos ni cuenta.
Que la conciencia sea el juez y tutor de aquellas personas, que cruelmente se encargan de arruinar la vida de los demás sin compasión.
Hasta la próxima.
Jorge Iván Soto.